Ramón
Sainero
Profesor Emérito de la UNED.
“Afirman que desde Italia hasta el país celta
y los celtoligios hay un camino llamado heracleo, y si por él camina un griego
o nativo, es protegido por los que viven cerca, para que no sufra ninguna
injusticia, y que exigen el castigo contra aquellos por obra de los cuales haya
padecido la injusticia”. (Aristóteles:
837, a, 7)
El Tir na Nog irlandés, sería para los celtas la “Tierra de la Eterna
Juventud” en la que todos sus habitantes eran jóvenes y por ello nadie podía
morir. Una tierra en los confines del mundo conocido que los griegos y otros
pueblos primitivos situaban frente a las costas gallegas de Finisterre (“Final
de la Tierra”) y el Ortegal. El lugar donde terminaba el mundo de los vivos
frente a las puertas de las islas del Más Allá. El lugar donde Cesair nieta de
Noé al serle denegado un lugar en el arca, aconsejada por los magos de su clan
construyo su propio barco para navegar hasta el Tir na Nog, la Isla del Más
Allá frente al Ortegal, donde nadie podía morir, siguiendo el camino herculeano
que desde el Mar Negro y Grecia atravesaba o bordeaba las costas italianas e
hispanas y desde el cantábrico buscaba aquella maravillosa isla tal y como
aparece registrado en los anales y crónicas primitivas de las Islas Británicas,
tanto en latín (en las obras de Gildas, Nennius, Geoffrey of Monmouth, … ) o en
gaélico (Anales de los Cuatro Maestros,
Libro de las Invasiones, Libro de Cuanach, … )
Podemos ver como Diodoro Sicilia nos
habla de una isla próxima a la isla de Gran Bretaña muy similar a la mencionada
isla de Tir na Nog sin citar el nombre
de Irlanda, pero que por su descripción no parece ser otra. Una isla con ríos
navegables, lagos, muchos jardines y parques de árboles de todas las especies
atravesados por arroyos de agua dulce, con casas con salones de banquetes
rodeadas de flores donde los habitantes pasan el verano sin preocupaciones
llenos de alegría y lujos puesto que la naturaleza les provee de todo lo que
necesitan. La caza de animales salvajes, fiestas y otros entretenimientos hacen que nada les
falte. Incluso el clima es suave permitiendo gran cantidad de frutas. Teniendo
el mar que la rodea gran cantidad de peces de todas las especies, terminando
Diodurus por decir: “… por lo que parecería que la isla, debido a su felicidad
excepcional fuera el lugar donde habitara una raza de dioses y no de seres
humanos”. Diodorus, Libro V, 19, 1-5.
Finisterre y el Ortegal, eran el final
del camino herculeano al que llegaban los peregrinos y desde lo más alto de sus
acantilados al atardecer podían ver en la distancia un sol que se ocultaba bajo
las aguas envuelto en un mundo de brumas que les recordaba los contornos de una
isla y que bien podía ser para ellos la primitiva puerta que conectaba en una
singladura marítima sobrenatural con el Más Allá.,
Diodoro
de Sicilia nos dice que Hecateo de Abdera en su tratado sobre los hiperbóreos nos habla, en época tan temprana como es
el s. IV a. C., de una isla en la zona más occidental de Europa, frente a los
celtas, con unas condiciones de clima y habitabilidad admirables:
"Entre los que han escrito los antiguos
relatos, Hecateo y algunos otros afirman que en los lugares de enfrente del
país celta, en el océano, hay una isla no menor que Sicilia… siendo de buena
tierra y muy feraz, y, además, diferente por su clima moderado, produce dos
cosechas cada año". (Diodoro: 2, 47, 1)
También Plutarco, Flavius Philostratus, Plinio o Ptolomeo nos hablan de estas islas del Más Allá situándolas en el . Varios días de navegación desde Galicia nos llevan hasta ellas y allí la vida es agradable, sus habitantes son felices y se dedican a los placeres de la naturaleza, la fruta es abundante, existe gran cantidad de pájaros de diferentes especies y el clima es maravilloso. Homero (s. viii a. C.) en la Odisea nos indica con claridad el lugar donde los pretendientes de Penélope después morir a manos de Ulises fijaran su nueva morada. Se refiere a un mundo más allá de los últimos territorios del continente fríos y brumosos, desde donde en las aguas del mar se puede ver el ocaso del sol, y más allá al fondo del océano el mar de los muertos donde empieza el infierno (Odisea: 24.5-9)