Publicado en El Correo Gallego (21, 11, 2010)
Ramón
Sainero
Profesor Emérito de la UNED.
Estas
gentes que habitaban el Occidente atlántico, a las que podemos llamar
preceltas (anteriores a los celtas) y protoceltas (gentes que
evolucionarían a través de los siglos convirtiéndose en celtas a partir
aproximadamente del s. VII a. C), creían en los poderes ocultos de la
naturaleza y los admiraban y temían a la vez. Bástenos comprobar todos
los relatos concernientes a este tema que aparecen en sus escritos, eran
grandes supersticiosos y respetaban una serie de tabúes que incluso los
reyes debían de cumplir, por temor a que grandes males cayeran sobre
ellos. En Irlanda, la geis o gesha era un poder mágico
que el ser humano mediante una serie de rituales debía de respetar
durante toda su vida. Hoy en día quedan algunos de estos ejemplos de gesha
por todos nosotros conocidos como, por ejemplo, la buena o mala suerte
de que un gato blanco o negro se cruce en nuestro camino, pasar por
debajo de una escalera, empezar algo importante con el pie derecho, etc.
Por diferentes textos históricos sabemos que los
celtas creían en la inmortalidad del alma y en la existencia del mundo
del Más Allá, y que sus druidas entre otros actos practicaban los
sacrificios. César en la Guerra de las Galias nos habla de la creencia
de los galos en la inmortalidad del alma y de que al morir cambian de
cuerpo y siguen viviendo una nueva vida, por lo que no le tienen miedo a
la muerte, y también César nos menciona el enorme poder de los druidas
que podían aislar del resto del clan a todo aquel que discutiera sus
designios (Caesar: The Bello Gallico, Libro vi, c. xiii-xiv).
Es interesante destacar en este apartado las creencias religiosas
conectadas con el mundo de la naturaleza. Existen seres mágicos
relacionados con la fertilidad de la tierra. Las cosechas necesarias
para que los animales y los seres humanos puedan sobrevivir están
protegidas por ciertos dioses y las aguas de los ríos, las rocas y los
árboles tenían un poder mágico entre estas gentes.
Galicia e
Irlanda guardan puntos en común de este mundo mágico. Síd tiene en
Irlanda el significado de montaña o colina mágica o encantada. En
algunas de estas colinas, en la costa occidental irlandesa, se han
encontrado gran cantidad de tumbas prehistóricas construidas con piedras
(tipo de corredor con cámara funeraria), algunas de estas tumbas pueden
pertenecer al año 2000 ó 2500 a. C., época en la que todavía no existía
una cultura celta propiamente dicha. Los primitivos pobladores de la
isla posiblemente consideraban que los espíritus de los dioses anidaban
en ellas. Como se ha podido comprobar en algunas de estas tumbas, en la
zona de Sligo (costa noroeste) un día determinado del año la inclinación
del sol permitía que sus rayos entraran por el corredor de la tumba y
llegaran hasta el centro de la cámara funeraria del síd donde reposaban
los restos de la persona. Tenemos muestras parecidas en las montañas de
la Faladoira de Ortigueira y otros lugares del megalitismo gallego. El
final de la tierra para romanos y griegos se encontraba en el codo
atlántico gallego. Desde Finisterre (Final de la Tierra) hasta el puerto
fenicio de Bares exite un triángulo que se adentra en un mar que acoge
cada atardecer la puesta del sol. Un sol que, según las creencias
antiguas, se adentra en las profundidades de las aguas llevándose el
alma de los muertos. La alineación de pequeños menires que surcan la
sierra de la Faladoira de este a oeste en dirección a San Andrés de
Teixido, muy próximos a la carretera de As Pontes a Mañón y Ortigueira,
nos pueden indicar un camino mágico que terminaría en la puesta del sol
sobre las aguas. También el sol estaba asociado con los pueblos
protoceltas y celtas del Occidente atlántico. Beltaine (Beltene) y
Samhain eran en Irlanda los dos festivales por excelencia conectados con
las creencias solares. Beltaine era el festival que tenía lugar el 1 de
mayo para festejar el triunfo de las cosechas y de la vida, indicaba el
comienzo de la estación fértil y calurosa, era el momento en el que la
hierba crecía y podía alimentar al ganado, por lo que estaba
directamente relacionado con los animales. Durante el festival se
encendían grandes hogueras y hacían pasar a los animales entre ellas
para evitar que contrajeran enfermedades. La fiesta del Samhain, 1 de
noviembre, estaba dedicada al final de las cosechas y al culto a los
muertos; la noche anterior al 1 de noviembre era la noche en la que los
espíritus salían de sus tumbas megalíticas para vengarse de los humanos.
Es en estos manuscritos primitivos donde difusamente ha quedado el
legado histórico que nos muestra estas creencias (ver mi Diccionario de Mitología Celta, ed.
Akal (Madrid). El sol como fuente de energía y vida será el centro del
ritual mágico de estos pueblos. Estrabón nos indica en su Geografía la
creencia de que el sol se hundía en las profundidades del mar y su calor
producía el mismo efecto que un hierro candente sumergido en el agua
con vapores y crepitaciones en su superficie.